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Lampedusa

Ayer por la mañana, conducía mi coche hacia el trabajo. Era día de atasco. Un día cualquiera.  Un día como tantos,  en el que había salido de casa con la habitual piel de elefante y el corazón acostumbrado a las malas noticias. Mientras escuchaba la radio, iba pensando en mil y una cosas. Como siempre. En la reunión que me esperaba, en el artículo que tenía que escribir,  en la nota que me había mandado el colegio… De pronto, el periodista que narraba el informativo, comenzó a dar los últimos detalles sobre Lampedusa: Cada vez más cadáveres recuperados de ese mar asesino que mata mucho menos que los hombres que consienten que mate. Y entre ellos, entre todos esos cuerpos inundados de agua y desesperanza,  el de una mujer abrazada a su niño. Los brazos rígidos…Ni siquiera la muerte pudo separarlos… Me he tenido que parar. Un escalofrío me ha recorrido el cuerpo. Me he sentido empapada. Como si estuviera en ese mar inmisericorde que ahoga las ilusiones de los más desfavorecidos, mientras acaricia las pieles bronceadas de los privilegiados. Me he dado cuenta de que estaba pensando en mí misma. En mis hijos. ¿Y si yo hubiera sido esa mujer? ¿Y si yo me hubiera visto obligada a arriesgar la vida de mi hijo para procurar conseguirle un futuro mejor? ¿Cómo habría protegido a mi niño mientras el barco ardía? ¿Cómo le habría consolado ante la muerte segura? Esa mujer solo pudo hacerle sentir  que estaba con él hasta el último instante, que morirían juntos.  Puedo imaginar su sufrimiento, su desesperación, el miedo al padecimiento de su hijo y la rabia de no haberle podido ofrecer otra vida un poco más larga, un poco mejor…

Las muertes de Lampedusa dan vergüenza. Lo ha dicho el Papa. Lo sabemos todos… Pero lo que más verguenza me da a mí es que solo nos ha hecho sonrojar el número de muertos. La única novedad. Un numero tan  alto como para provocar luto nacional y desfile de autoridades;  como para que se cuenten por la radio las historias de los hombres, mujeres y niños que vivieron el drama de una patera a la que nadie quiso ayudar, ni aún viéndola en llamas y acabemos sintiendo algunas de sus historias como nuestras. “El mar esta lleno de muertos” Dijo la alcaldesa de Lampedusa.. Y nuestras vidas, llenas de cadáveres, digo yo,  que si no apiñamos y vemos juntos casi ni nos afectan.

La Gaceta de Salamanca

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