Dicen los expertos que la historia es pendular, que las cosas se acomodan en un lado o en otro del criterio, empujadas por las emociones, y que poco o nada tiene que ver la razón en ese devenir. Sin embargo, hay momento marcados por hechos puntuales, que inclinan las opiniones y los gustos. O personas que arrastran más y cuyos discursos convencen mejor. Juan Pablo II fue una de ellas. Su carisma se extendió a lo largo y ancho del planeta y muy especialmente entre los jóvenes, que fueron acercándose a una Iglesia que parecía más accesible que nunca. Aquel Papa viajero, que recorrió el mundo en su papamóvil, besando los suelos antes de pisarlos, consiguió que ser católico se pusiera de moda o , al menos, que entre algunos “progres” empeñados en negar cualquier tipo de creencia e incluso castigarla con el desprecio, no estuviera tan mal visto. Pasar de un papa polaco y dicharachero, a otro alemán y distante supuso un paso atrás, un movimiento en ese péndulo caprichoso, que llevó a la sociedad a rechazar de nuevo un catolicismo que parecía obsoleto. Pero, en realidad, el discurso de ambos papas era básicamente el mismo. Los dos recogían criterios y principios parecidos, de la Iglesia de siempre, y solo distaban en las formas y, tal vez, en esas nacionalidades que marcaban con la cruz de la sospecha al papa Benedicto, por el recuerdo siempre presente de la terrible II guerra mundial. Que Ratzinguer decidiera renunciar al papado alegando problemas de salud agravados por su avanzada edad, no hizo sino extremar el lado del péndulo. No es que fuera el primer papa que lo hacía (era el cuarto) pero, como en casos anteriores, su renuncia fomentaba las especulaciones. Se hablaba de falta de responsabilidad, de un informe de sexo y corrupción en el Vaticano e incluso de intentos de asesinato del pontífice…Y los fieles iban dejando de serlo. O de tener ganas de serlo. Cuando ya parecía que el péndulo no podía inclinarse más, el Espíritu Santo señaló a otro Papa como cabeza de la Iglesia y el péndulo comenzó a equilibrarse. El Papa Francisco, casi desde el mismo minuto en que fue nombrado, comenzó a sorprender a fieles y “desleales” y a pescar entre ambos colectivos, gracias a un discurso tan innovador como impactante. Sus declaraciones sobre una necesaria reforma de la curia, criticando al dinero, acogiendo a homosexuales y separados e incluso matizando el aborto hicieron que el mundo entero se revolucionase. Los líderes internacionales empezaron a celebrar sus palabras y en poco tiempo hasta las críticas de los reaccionarios contribuyeron a que el péndulo se volcase hacia otro lado. ¿Ha conseguido el papa Francisco que sea “cool” ser católico? No, ha logrado algo mucho más importante: Que seguir los mandatos de la Iglesia sea infinitamente más difícil, porque implica, de verdad, una auténtica generosidad y un compromiso real con los más desfavorecidos. O lo que es lo mismo, una vuelta, sin duda, al mensaje de Jesucristo. Ser católico ahora, no es que sea “cool”, es que es “more than cool”.
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