Nada produce más angustia que la incertidumbre. El no saber, el pensar que tal vez sí o tal vez no… Sobre todo si el objeto de la falta de certeza es un ser amado. En el caso del avión desaparecido, no se trata tan solo del pavor que provoca aceptar que un gigantesco “pájaro de hierro” se haya evaporado, sin más, del mismo cielo en el que estaba controlado por mil y un radares, sino de 239 seres amados, cada uno con su historia, que se han desvanecido en el aire, sin dejar rastro.
Mientras las investigaciones se suceden y los exhaustivos análisis revelan que el avión descendió unos 1.500 metros para evitar ser rastreado, al cambiar de rumbo con destino a paradero desconocido, y los expertos indican que este “enmascaramiento” pudo haber servido a la aeronave para sobrevolar la bahía de Bengala y dirigirse al norte, tierra a dentro, los familiares de todas esas personas no dejan de pensar en la posibilidad, por remota que sea, de volver a encontrarse pronto con ellas. No les sirve de consuelo, sino todo lo contrario, saber que se cree que las causas de la desaparición del avión probablemente son el secuestro, el terrorismo o los problemas psicológicos o personales de alguien que también viajaba en el avión. Ni tampoco les tranquiliza en absoluto conocer que el perfil del capitán de la nave Zahrie Ahmad Sha, de 53 años, es el de una personas de convicciones políticas fanáticas que destaca su miitancia en la oposición a Malasia. Siguen las pesquisas con atención y se asustan como todos nosotros, que no somos más que meros espectadores, de cada uno de los descubrimientos; pero no pierden la esperanza, sino que la clavan como una estaca de madera en sus corazones para sobrellevar con ella la ansiedad de ese constante no saber e imaginar qué es lo que pudo pasar y que es lo que pasará en los días venideros.
En estas horas que se suceden mientras el misterio se agranda y se baraja la posibilidad de que alguien haya ocultado el avión -¡¿cómo y dónde se esconde un avión en nuestros días?! , no puedo evitar recordar historias pavorosas como la de aquel avión perdido en los Andes, donde la única posibilidad de vida, fue comerse a los muertos, o todos esos relatos del Triángulo de las Bermudas que aún desasosiegan más que el anterior, porque van cargados de la misma incertidumbre con la que comenzaba este artículo.
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