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Entre pupitres 

Hay quien opina que lo mismo da un colegio que otro, con tal de que la formación académica sea buena, pero la realidad demuestra que es en los primeros pupitres donde se forjan las más sólidas relaciones de influencia. Y si no, que se lo pregunten a los hombres fuertes del PP, casi todos del colegio del Pilar. Más allá de la seña de identidad que supone el hecho de haber compartido colegios laicos o religiosos y la propia ubicación de los centros, está el nivel socioeconómico de los padres de los alumnos que, en principio, determina unas mejores expectativas potenciales respecto al ámbito en el que se podrá acceder al trabajo el en futuro. Vamos, que igual que no hay conviene dejar malos rastros en las redes sociales, porque se quedan para siempre y el día de mañana pueden poner en peligro las aspiraciones laborales, conviene no pasarse con el empollón de clase y menos si su padre es banquero, porque puede convertirse en la persona a la que convencer cuando uno se postula como candidato a un puesto de trabajo. Lo que pasa entre pupitres no se olvida jamás. Y exista Dios o no exista, lo que parece inexorable es esa Justicia Divina, que convierte al oprimido en las aulas en un tiburón capaz de masticar y hasta de tragarse al imbécil que anduvo ridiculizándole en los recreos. Los recuerdos de la infancia son tan inolvidables, que haber ido al mismo colegio provoca esa cosa de la pertenencia, tan absurda como inevitable que, hace que se cobije y hasta se atienda mejor a quien se conoció en la niñez y más aún al que compartió colegio…, o justo todo lo contrario.

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