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¿Y tú qué dices?

Ahora que andamos en plena campaña electoral, con imágenes photoshopeadas de los políticos en las banderolas y  personalidades diseccionadas en esos mil y un programas que se frotan las manos  al ver que cualquier alto cargo se pirra por hacer el imbécil en televisión para conseguir votos, es un buen momento para recomendar, a “públicos y privados”, que no saquen ni el “palabrario”, ni el libro de frases para epatar al personal. O lo que es lo mismo: que no es más brillante quien utiliza más vocablos que el que conoce el significado de todos los que pone en la conversación, ni más culto el que cita lo que dice éste o aquel eminentísimo personaje, que quien es capaz de inventar una frase ingeniosa por si mismo. Sobre todo, porque debo sacarles de un frecuente error de ingenuidad, e informarles de que, la mayoría de las frases que repetimos como loros, después de adjudicárselas a éste o a aquel –y en tantísimas ocasiones a Oscar Wilde, que siempre resulta de lo más socorrido-, no las dijeron todos esos hombres y mujeres célebres  a quienes se las colocamos. Es más, casi siempre ocurre que esa frase de Chanel era de Lady Windsor o resulta que, en realidad, era de la amiga de su prima y la repitió su cuñada, firmando con el nombre adecuado, para que tuviera más interés y repercusión. O lo que es lo mismo, hay quien no se atreve siquiera a pensar que sus propias pensamientos pueden ser tan interesantes o más que las de aquellos con méritos reconocidos y ocultan los suyos en máximas ajenas, sin pensar que, a fuerza de repetirlas,  hace mucho que dejaron de tener sentido.

 

La Razón

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