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La violencia que da más miedo

Publicado en La Gaceta de Salamanca 

No hay nada que dé más miedo que la violencia doméstica. El último caso ha tenido lugar en Pontevedra. Ahí un hombre de 41 años acabó, hace dos días y siempre presuntamente, con la vida de su ex mujer, su ex suegra y su ex cuñada, en presencia de sus hijos de cuatro y siete años. La tragedia no solo deja a las víctimas fallecidas, sino también a esos críos, vivos a todos los efectos, pero casi seguro, un poco muertos por dentro para siempre, que, de un día para otro, se quedan sin familia y sin una vida de cariño y normalidad.  Analizar la historia de este matrimonio que estaba en vías de separación no sirve de mucho. Repite el mismo y repetido cuento que escuchamos una y otra vez de una pareja rota en la que, el varón dispara –o acuchilla, o gasea o lo que fuera- y la mujer muere. Sola o en compañía de otros miembros de la familia. A veces los propios hijos. La variante es si el hombre que asesina se mata luego o no y tras cuya muerte solemos decir todos lo mismo: ¿No podría haberse quitado la vida antes de arrebatársela a los demás? Describir el mismo caso una y otra vez, no exime de la rabia, ni de la pena, ni de la impotencia. Pero sí hace reflexionar. ¿qué estamos haciendo mal para que esta historia, casi idéntica, se repita una y otra vez”. No sabemos por dónde caminar. Qué más pasos debe dar la Justicia. Cómo debe comportarse la sociedad. Dónde está la solución a una lacra que nos tortura a todos y que se reproduce tantas veces, que empieza a dejarnos fríos como el hielo. No debería congelársenos el ánimo, porque aunque pensemos que, por mucho que pasen estas cosas, episodios terribles de nuestra historia reciente, a nosotros nunca nos tocará la china, lo cierto es que puede suceder a nuestro lado, cuando menos lo esperemos.

La tragedia más tremenda de la violencia doméstica o familiar –que siempre incluye violencia de género, es decir, muertes de mujeres solo por el hecho de serlo-, es que se supone que parte del amor. Que quien la ejerce es la misma persona que un día amó aquellos a quienes tortura o mata.  Por eso no hay nada que dé más miedo. Pensar que aquel ser bondadoso al que queríamos y con quien compartimos durante años guardaba dentro de sí un monstruo es pavoroso. Aunque por desgracia, hay muchas veces en las que ni el que se convirtió en monstruo sabía que lo llevaba dentro de sí. No sé si algún día encontraremos el camino para atajar esta violencia que nos perturba más que ninguna otra. Entretanto, la única posibilidad de salvación está en la denuncia y en que la Justicia actúe con prontitud.

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