Publicado en La Razón

Aún recuerdo cuándo, hace veinte años, aparecí por primera vez en el informativo de las nueve en Antena 3. Hasta entonces ninguna mujer había presentado sola en ese horario, que se consideraba el de más influencia y, por tanto, pilotaban siempre hombres, a veces acompañados por mujeres.  Curiosamente, lo que destacó la prensa al día siguiente fue que  “iba vestida con un blazer rojo”. Aquella chaqueta –que ni siquiera elegí yo- sirvió para alguien escribiera que “me había puesto demasiado guapa para presentar un informativo”. Obviamente, era un comentario que jamás se hubiera hecho de un hombre. La indumentaria de ellos no se señala casi nunca. Sin embargo, cualquier mujer que tenga visibilidad pública sabe que su  vestimenta será desmenuzada en segundos. Y hay una a la que le ocurre infinitamente más: la reina Letizia. No hay espacio televisivo o radiofónico sin comentarista oficial de sus atuendos. Y lo mismo ocurre con periódicos y  revistas. Entre las segundas, algunas reconocen que, si no tienen tema, lo que les salva una portada es una imagen de la reina. Lo mismo da a dónde pertenezca o si es del día anterior o de hace dos años. Lo importante es que ofrezca la posibilidad de criticar su peinado, su cuerpo y su vestuario. De hecho, que tengamos una reina con carrera universitaria, que hable idiomas, sea una lectora voraz y tenga una amplia cultura, importa poco. Lo que de verdad nos interesa de ella es su aspecto, y la marca de sus tacones. En pleno siglo XXI, cuando el activismo feminista saca constantemente a las mujeres a la calle a reclamar sus derechos, no hay quién no revise el estilismo de la reina. ¿No es para reflexionar?