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Fernando Marías, el hombre infinito

Publicado en 20minutos

Escribo a las 23:45 del 5 de febrero. Acabas de morir. Hace veinte años y 30 días, exactamente, te conocí en la noche del Premio Nadal. Como me dijiste tú mismo el mes pasado, justo en el aniversario de la fecha señalada: «¡Qué idea más literaria, vagando ambos por el Ritz, sin saber que íbamos hacia ese encuentro!» De todas las cosas que podían haberse derivado de él (la más probable, haber quedado como afables conocidos), la última que habíamos imaginado es que hallaríamos una de las relaciones más importantes de nuestras vidas. 

Veinte años de amistad honda que nunca ha parado de crecer, hacerse más y más necesaria, llena de complicidad, comprensión, risa y, por supuesto, amor. Tanto, como para que la confianza fuera tan poderosa que nos llevara a creer que el otro nos podría salvar casi de cualquier cosa. 

En estos días de hospital, previos a tu muerte, también me escribiste: «Te quiero mucho, insustituible amiga. Y confío del todo en ti. Gracias a ello me siento menos desvalido ante el azar y ante los dioses, contra los que puedes y si no puedes, lo luchas igual». No pude, Fernando. Ya lo siento. Seguro que si hubiera sido al revés, tú, mi Batman de cabecera, el Capitán América de tantos colegas y amigos a los que has salvado en cientos de ocasiones, lo habrías logrado. Así que te has ido de mi lado, sin que haya podido evitarlo. Pero no te irás nunca de mi recuerdo ni de mi corazón. Bendito aquel Nadal y aquella noche que nos regaló tantos años compartidos, que me hizo descubrir a un espléndido escritor, sí, pero sobre todo a una persona única. Un hombre generoso, solidario, comprometido, creativo, vital, divertido, elegante y capaz de estar al lado de esa legión de devotos a los que hoy has dejado huérfanos.

Entre ellos yo, que tanto te debo literaria y personalmente. Sé que mi vida ya no será igual. Que de esto no me voy a recuperar. Que esta es una cicatriz de las que duelen cada mañana y cada noche. Pero, con todo, hoy me siento la persona más privilegiada del universo, por haber tenido la oportunidad de pasar tantas horas contigo. Por haberte tenido de luz y de guía. Por haber escuchado tu discurso un día de Quijote y otro de Sancho, mientras miraba al fondo de tus ojos azules, un día como la mujer araña y otro la madre de Spiderman. Te voy a echar mucho de menos, hombre que «contiene multitudes». Aunque una buena parte de ti se quede en mí y en Juan, en Palmira, en Vanessa, en Vilas, en Marcelo, en Cristina, en Carmen, en Raquel, en Rosa… y en tantos y tantos que jamás podremos olvidarte. Buen viaje al infinito, amigo. Siempre perteneciste a él. Siempre fuiste infinito

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