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¿Vale con sexo sin latigazos?

Una pensaba que a estas alturas del siglo XXI los lectores buscaban algo más que cuentos infantiles clásicos subiditos de tono para desatarse las pasiones, pero visto el clamoroso éxito de 50 sombras de Grey, está claro que lo que se sigue persiguiendo en nuestros días es leer historias con la complejidad de la de  Cenicienta, aunque esta le tenga que pedir al hada madrina un liguero, un antifaz y unas cuerdas, en vez de un vestido de noche y un carruaje, para conquistar a su príncipe azul.  La ecuación de belleza, poder y dinero = a elige a la chica que tú quieras, que ella hará lo que te de la gana, parece tan  irresistible para las pequeñas de seis años, que  hace tres siglos y pico leían Cendrillon de Perrault, como para las mujeres actuales del mundo entero, entregadas a la obra de pornomamá de la británica E.L. James.  Si algo denota el fenómeno, además del hambre sexual que pasan las mujeres en las sociedades desarrolladas, es que son incontables las féminas que estarían dispuestas a hacer cualquier tipo de experimento, por mucho que dejara marcas en las muñecas –o cualquier otro lugar- si el machote que se las hace viene con “buenas intenciones” O lo que es lo mismo, si después de ese sufrimiento/goce/sufrimiento o lo que sea, viene la petición de matrimonio y la promesa de ser felices y comer perdices. Resulta descorazonador que pasen los siglos y la esencia de las desigualdades permanezca inalterable. A mí, como ustedes supondrán, me parece perfecto que cada cual haga con su cuerpo lo que le plazca y considero que todo lo que practiquen dos personas después de pactarlo es lícito y hasta celebrable. Sin embargo, entiendo que los juegos de sumisión  no solo confunden a muchas mujeres adultas y las hacen creer que, si acceden a esto o aquello las querrán más y mejor sino que (y esto me parece más grave) llevan a pensar a las más jóvenes, que para ser chicas guay y encontrar al hombre perfecto no vale con una tarde de cine y un sexo sin latigazos…

 

La Razón

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