CADA vez que echamos la vista atrás y miramos hacia los tan recientes como oscuros tiempos de pandemia, se nos abren las carnes. Y no solo por el miedo que pasamos sintiéndonos aislados, superados, sin poder abrazarnos ni rescatarnos de la soledad; además ahora, desde la distancia, contemplamos que toda esa supuesta bondad de aquellos días, esa solidaridad que emergía del alma, era cosa de unos pocos, pero no de todos y desde luego no de todos aquellos que aprovecharon para hacer negocios a costa de la enfermedad, la muerte, la impotencia… El caso de Luis Medina y Alberto Luceño, en donde dos tipos se llevan uno una comisión de un millón de euros y el otro cinco, en una operación de venta de mascarillas y guantes que le costó 11 millones a un ayuntamiento (en este caso el de Madrid), causaría estupefacción en cualquier momento; pero en un tiempo de crisis, de pánico y de angustia colectiva, además produce bochorno No es solo que las comisiones sean excesivas, sino que, desde luego, si fueron aceptadas en su momento, es porque se produjo en ese momento de desesperación en el que era fundamental conseguir un material sanitario imprescindible para que los profesionales a los que les tocaba bregar en hospitales y en la calle se jugaran un poco menos la vida.
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