NO publicado en La Gaceta de Salamanca
Hace veintiún años tuve la enorme fortuna de ser la pregonera de las fiestas de Villamayor de Armuña. Al día siguiente, este periódico me invitó a que escribiera un artículo y desde entonces, hasta ayer, no he faltado a la cita con mis lectores ni una sola semana. He escrito en verano y en invierno, después de dar a luz, desde el fin del mundo, mientras corregía las últimas páginas de alguna novela o en medio de programas especiales de radio y televisión. Tampoco, debo destacarlo, ninguno de los directores que han pasado por el diario me ha hecho la menor indicación respecto al contenido de mis columnas ni me ha reprochado mi incorrección política. Y eso que he escrito de todo y a gusto de nadie: De literatura, de arte, de ciencia, de música y por supuesto, también de política. He conocido a distintos redactores jefes y directores y he recibido infinidad de respuestas a mis artículos por parte de muchos de los mencionados en ellos (varios ministros, el entrenador por excelencia – mi queridísimo Vicente del Bosque-, diversos escritores, referentes del mundo universitario, médicos -hace unos meses mi artículo “Ni dioses ni santos” se volvió viral entre ellos-, ganaderos, agricultores o anónimos, casi todos salmantinos o con vínculos con Salamanca). Como, además, siempre he contado con la ayuda de mis compañeros en la redacción y en la administración y con el beneplácito de los lectores más exquisitos de toda España, estos veintiún años se me han hecho cortos. Ayer recibí un whatsapp del actual director del periódico, en medio del programa televisivo en el que colaboro y por si era algo urgente, lo respondí diciendo que le llamaría en la pausa de publicidad y así lo hice. Para mi estupefacción, en dos minutos me comunicó que el periódico quería centrarse ahora más en colaboradores locales, por lo que se cancelaba mi colaboración ¡tras la de ese mismo día! y me preguntó, con la misma desafección con la que yo hablaría de un cangrejo de río, si quería despedirme en mi último artículo. Cualquiera que me conozca sabe que no podía dejar de recoger el guante pese a las formas y a esa premura tan sorprendente como innecesaria -ni maté a Manolete ni soy Mengele-; así que le respondí que, desde luego, y le mandé mi artículo del que, por primera vez en todos estos años y para mi sorpresa (ayer no dejé de sorprenderme a cada rato) se me pidió que eliminara parte de lo escrito. En concreto, esto que cuento ahora: la manera en la que se me comunicó que terminaba mi colaboración y por su puesto lo de la desafección (a la que le sumé la ironía y el humor del cangrejo de río, que creo que no divirtió nada, nada…) Como más allá del carácter castellano del director percibí que no lo estaba pasando bien y que esa orden fulminante venía de más arriba (a saber qué habré hecho y a quién habré molestado, porque cuantos conocemos esta profesión sabemos que no se cierra el asunto de esta manera tan abrupta si no ha habido conflicto), hice lo que se me demandaba y recibí el pertinente agradecimiento y el visto bueno al artículo, pero…¡ sólo durante un rato! Al poco, el director me volvió a llamar para decirme esta vez que no podía dedicar toda la columna a la despedida y que tenía que escribir sobre otro tema y despedirme en el par de líneas finales…Entenderán que, por una cuestión de dignidad, no sólo decidí no escribir mi columna sino que, ya más que molesta, ofendida, consideré que debía llamar al máximo responsable del periódico, con quien, después de tantos años, me une (según dice él mismo) una relación de amistad. Nuestra conversación fue tan surrealista como todo esto que cuento en este artículo que NO se publicará ya en la Gaceta de Salamanca. Y sólo saqué de ella una conclusión: que la orden taxativa y en el mismo día en el que yo escribía mi artículo desde hacía veintiún años, provenía de allí mismo. El misterio da para una novela negra. Lástima que la que ando escribiendo sea sobre otro tema…Aunque nunca se sabe, claro, porque los escritores nos inspiramos en la realidad para nuestras historias de ficción y este episodio da, como poco, para un buen diálogo de género. No así para más comentario por mi parte, después de esta despedida, que no eludo porque se la debo a mis fieles, cariñosos y eruditos lectores de tantos años. Me despido y dejo mi plaza libre para otros nacidos en estos lares o que viven en ellos-aunque no más salmantinos de corazón que yo- o para otros, tal vez más afines a alguna causa incierta, que desconozco (¿tal vez la censura cultural?), con inmensa pena. Siempre escribí en este periódico por el amor a Salamanca y a los salmantinos (no por los emolumentos, desde luego) y me entristece sobremanera que haya llegado el momento de la despedida. Eso no me borrará de la nómina de devotos de esta tierra, donde cuento con los mejores amigos, ni de este periódico, del que me he sentido parte durante más de un tercio de mi vida. Gracias por leerme y por el cariño. Soy salmantina de adopción y eso no me lo quita nadie. Ni los amigos, ni los enemigos. Hasta siempre, Salamanca.
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Echaré de menos tus artículos. De un salmantino que te leía semanalmente sin falta