Publicado en La Razón
Un médico incapaz de empatizar con alguien que sufre no debería ser médico. Y la conversación que se acaba de hacer pública entre uno del Summa 112, un chico moribundo y sus padres pone en evidencia que el facultativo que contestó esas dos llamadas el día en el que Aitor García murió, no solo fue incapaz de empatizar con su familia, sino también de actuar con la diligencia necesaria. Obviaré la palabra “maltratar” – que me pide el cuerpo- y la cambiaré por “regañar”. Pero es que regañar a una madre que ve que su hijo se asfixia, empujarla a que el chico se acerque hasta el teléfono sin casi poder respirar y no creerse al chaval cuando le dice que se ahoga es delirante y convierte al que lo hace (permítanme que me ahorre la palabra “médico”, por respeto) en un inepto e incluso pudiera ser que en un homicida. Me aterra comprobar en las grabaciones que, además de la osadía de ese individuo, que se atreve a evaluar por teléfono a un chico que dice que no respira y cuestiona la palabra de la persona que está con él , el siguiente compañero que escucha al padre que demanda con urgencia una ambulancia en una segunda llamada (¡y la pide por favor!) lo primero que responde es “no me diga lo que tengo que hacer”. Soy admiradora del SAMUR y de los servicios de emergencia de este país. Sé que casi todos los que lo integran son verdaderos héroes anónimos. No lo son ninguno de los dos tipos que participan en esa vergonzosa conversación telefónica. El primero es la manzana podrida que hay que tirar. Y el segundo …La soberbia remata la tragedia.
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Comments
Que dolor el respeto y el amor al prójimo se esta desvaneciendo.