Siempre creímos que las vidas de los espías eran tan arriesgadas y glamurosas como las de James Bond y sus bellísimas amantes, con las que el agente con licencia para matar compartía peligros, cama y champagne (también dry Martini, “agitado, no revuelto”). Sin embargo, ni las de los espías, ni las de las espías, fundamentales en el descubrimiento de secretos a favor de su país o su pagador (muchos/as son auténticos mercenarios/as), fueron tan sofisticadas. Carmen Posadas, como buena hija de diplomático (tantas veces se ha rumoreado que los diplomáticos son una suerte de espías), ha vivido el espionaje de primera mano. Ella misma se ha sentido espía, según confiesa en “Licencia para espiar”, una sucesión de relatos concatenados, donde el hilo conductor es el modus operandi del espionaje femenino que, a lo largo de la historia, ha sido definitivo en todo tipo de complots y estrategias políticas. Para escribir hay que observar, escuchar y hasta robar conversaciones ajenas, así que no hay escritor que ande exento de ser, no sé si espía, pero sí curioso y hasta cotilla. La propia vida de Posadas en ese Moscú donde residió su familia por las obligaciones laborales paternas, favoreció sus ansias de conocer. Y es ese escenario el que le sirve de punto de partida a la escritora para narrar, con ese humor suyo, inimitable, cómo en la embajada todos eran espías –“desde los jardineros a las limpiadoras”-, que “ni se tomaban la molestia de disimular”. Más allá de sus impagables experiencias personales, Posadas nos abre la puerta a sorprendentes y secretas peripecias de las espías que contribuyeron a proteger y derrocar reinos y gobiernos. Y lo hace sin esa pretensión tan del siglo XXI de contar “solo para mujeres”, sino con la de desvelarnos a todos, independientemente de nuestro sexo, precisamente las virguerías sexuales que, entre otras cosas, tuvieron que realizar tantas de ellas. El “sexpionaje”, como dice la escritora, ha sido indispensable en este trabajo, donde hubo hasta una famosa reina de corazones ucraniana, en la II guerra mundial, llamada Larisa Swirski, a partir de quien Ian Fleming construyó a esa agente doble que el cine convirtió en Ursula Andress. Desde la Biblia hasta casi nuestros días, desde Rahab hasta Caridad Mercader, pasando por La Balteira, Catalina de Medici o la inevitable Mata-Hari (que según Carmen, “era un desastre como espía”), cada uno de los capítulos, soberbiamente documentado, supone un viaje, una aventura, una sorpresa y una emoción…
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