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No ser madres y ser felices

Publicado en La Razón

La escritora mexicana Guadalupe Nettel declaró hace pocos días a este mismo periódico a propósito de su nueva novela, «La hija única», que «muchas mujeres de su generación decidieron no tener hijos y demostraron que se puede tener una vida absolutamente plena y muy libre». A propósito de esa reflexión, incido en ese gran logro de las mujeres que ha sido poder decidir ser madres o no.

Durante muchos siglos de historia, a las mujeres no solo nos estaba vedado escoger, sino que, si la naturaleza nos negaba la posibilidad de engendrar hijos, acabábamos siendo repudiadas, fuéramos reinas o plebeyas. Tanto nos influye la maternidad (para lo bueno y lo malo), que los hombres siempre han pretendido imponérnosla incluso por la fuerza, a sabiendas de que esa maternidad maldita nos estigmatizaría tanto como para ser utilizada como arma de odio o incluso de guerra.

Buena parte del camino a la libertad de la mujer se abrió con la píldora y la posibilidad de elegir el momento de la maternidad. También con el aborto, pero menos, porque el aborto siempre es herida y deja cicatriz y corresponde a un error, precariedad o tragedia. Pero más allá de la píldora y el aborto, si algo nos hizo avanzar fue conseguir que la sociedad no nos juzgase. Que dejara de considerarnos más mujeres o menos según tuviéramos hijos o no los tuviéramos. Y eso, aunque parezca sorprendente, es recientísimo. Hace apenas veinte años, esperar a cumplir treinta para ser madre generaba alarma y estupor.

Ahora se habla mucho del retraso de la maternidad por cuestiones económicas y de seguridad laboral, pero bendito sea ese retraso. Implica que las mujeres podemos recurrir a él si nos parece oportuno. Y hasta optar por no ser madres jamás. Y ser felices. Y vivir en plenitud.

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