El pasado domingo fui a los Goya. Y sí, es verdad que la gala se hizo larga, que acabamos aburridos de tanta referencia velada o directa a la ausencia del ministro Wert (por supuesto que debería haber ido, pero no hacía falta seguirle tanto el juego a su estrategia, como para conseguir que estuviera más presente que nunca) y que, tal vez porque había demasiados entregadores de premios, nadie se pudo lucir diciendo alguna gracia personal; pero yo disfruté por varias razones. La primera porque me acompañaba mi hijo con los 18 recién cumplidos y la vocación interpretativa recién estrenada y su emoción era comparable a la de la primera vez que pisó el parque de atracciones; la segunda porque tengo muchos amigos en ese colectivo y me hace especial ilusión verlos vestidos de “bonito” y en su salsa. Y la tercera porque me emociona pensar que los Goya, salgan como salgan, le dan un empujoncito a la industria cinematográfica española, a la que yo admiro profundamente. Sin el cine español, ni siquiera quienes reniegan y juran que jamás van a verlo las salas serían los mismos. Y si no, que levante la mano el que no acaba viendo las pelis españolas en la televisión. Debo reconocer que ni fue la mejor presentación de Manel Fuentes (no le ayudó que la mayor parte de su intervención fuera grabada y, además, como decía Baudelaire “no se puede ser sublime sin interrupción”) y que el número musical no estuvo a la altura de la gran fiesta del cine español. Pero ni eso, ni las aglomeraciones en el photocall, empañaron mis ganas de creer en nuestro cine. En esas historias contadas en imágenes que forman parte de nuestro imaginario colectivo y que retratan lo mejor y peor de nosotros mismos. Me gustó especialmente que la película de David Trueba, fuera tan premiada. Y que le dieran ese Goya (entre tantos otros igualmente merecidos) a Javier Cámara; pero me quedé con las ganas de que se llevará alguno ese actor tan sin parangón que es Antonio de la Torre. Da lo mismo el personaje que interprete, ¡que versatilidad tiene el tío! Luego también me hubiera divertido que el cóctel-cena posterior estuviera un poquito más animado…, pero debo reconocer que cuando vino a saludarme Hugo Silva (compañero en la campaña de World Vision y ganador del premio Carmen del que soy jurado) ya me pareció que si la gala no había sido perfecta, poco le había faltado , y que hasta las madalenas con queso eran imbatibles…
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